lunes, 26 de abril de 2010

4º capitulo: Carlitos del Torme-nto

     Teníamos un acuario en la cocina, a cualquier cosa se le llama "acuario". La vasija si era de acuario, y no pequeño pero la pata que la sujetaba era, creo, de un sillón de oficina de esos niquelados con 3 puntas,(que aquí, mi hermano y vecino, al que yo llamo Hombre de Cro-Magnon habia tenido por bien de ponerle para infortunio de juanetes y "metatarsos" ) con las que todos tropezábamos insistentemente. Es decir, como éramos los tres que por aquel entonces comportábamos la familia igual de ¿ágiles?, ¿cuidadosos?, ¿atentos?, pues eso que cada vez que entrabamos en la cocina por la puerta del comedor, ¡pumba!, un porrazo a medias, 1/2 pal acuario y sus correspondientes peces, 1/2 pa nosotros, concretamente alguno de nuestros pies. Eran cuatro peces vulgares, naranjas, insulsos y aburridos de la vida que circulaban obsesivamente en aquel receptáculo a la espera de que algun productor de Disney les ofertara la oportunidad de su vida, como en su dia tuvo Nemo. Lo terrible es que menos productores de Disney, han pasado personajes de lo mas variopinto por nuestra cocina, pero nada que ver con la gran pantalla. A lo que íba, que divago (una peli que le gustaba mucho a mi madre: Dr. "Divago"), Carlitos nunca ha sido ni es amante del pescado y por aquel entonces, lo típico, le daba al niño sus acedias nocturnas, pijotas o lo que encartase. Uno de los dias en que me despisté por unos momentos de la cocina después de haberle dejado su pertinente cena puesta, cuando vuelvo me doy cuenta que todo seguía en su sitio a excepción de un par de acedias que aun no había resuelto pelar... y pensé que era imposible que mi hijo las hubiera ingerido con su esqueleto correspondiente, hasta que observé tras una rápida visual que en el acuario de aquellos insulsos peces nadaban tambien los confetis harinosos de los otros dos que yo había echado de menos de su plato en un vano intento por hacerlos resucitar. Lo miro. Me mira: "Querían volver con su familia". "Ya, y tu te has erigido en el comandante Cousteau. Y, claro, puestos a pensar no habrás caído en que las acedias y los peces del acuario no pertenecen al mismo orden", por supuesto di por sentado que mi hijo no me había entendido, aun asi, él me contestó, "yo si los he metido por orden, mamá, primero uno y cuando vi que no venías, metí el otro." Está claro que los hijos nos van superando en "estatura"... En mas de una ocasión tuvo mi hijo trifulcas con el mundo marino. Los pobres peces pagaban el insomnio de mis noches exponiendo su vida. Otra de las veces en que sin querer me traspuse durante unos quince minutos a la hora de la ¿siesta? (palabra que me costó mucho introducir en la vida de Carlitos, pero que ya resolveré contar) cuando abrí un ojo y vi el tiempo que había transcurrido, me alteré muchísimo, porque en ese tiempo a Carlos, le daba lugar a desestabilizar el mismísimo Pentágono, que digo pentágono y un dodecaedro si se le ponía a tiro...Se me hízo tan raro, que estuviera a los pies de mi cama y nada mas yo abrir mi susodicho ojo, se apresurara a decir: "No he hecho nada, mamá, no he hecho nada", agitando las manos nerviosamente. Estaba claro que podía estar tranquila ante tan sugerente confesión... "solo he freído un pez". "¿Qué?". Siempre hemos tenido mucha suerte con los animales, la longevidad nos ha perseguido. Yo tenía una pequeña sartén en el horno con aceite de freir un huevo, que para suerte de aquel cetáceo estaba frío, porque allí estaba el pobre pez haciendo lo que los peces suelen hacer abrir y cerrar la boca en aceite de oliva, eso si, virgen extra. Pos ná, lo saqué, lo enjuagué en el mismo grifo de la cocina, y a estas horas es probable que aun aletee en las pantanosas aguas del Alamillo, porque su padre y yo determinamos por pensar, que visto lo visto, pasarían a mejor vida concediéndoles la libertad y las infecciones del agua de aquel parque, en vez de dejarlo a expensas de la imaginación de nuestro incipiente primogénito.