sábado, 17 de abril de 2010

3er Capitulo: Esto no ha hecho mas que empezar

           Eso ya se sabía, que yo no tenía idea de lo que venía, y tampoco era cuestión de planteárselo. Pero como cada día me encontraba mas sumida en mi papel de madre e íba avanzando torpemente por los entresijos familiares, pues encima me sobraba tiempo para complicármela aún más. Me llevaba el niño el que había sido mi pediatra, vecino de en frente de toda la vida de mis padres y que nos conocía de toda la vida. Además de ser una eminencia como tal, era y es un tipo estupendo. Era el típico médico de la generación en la que la palabra "virus" no estaba en su vocabulario. No todo era un virus. Los niños cogían "infecciones", "resfriados", "constipados de vias altas", "simples congestiones nasales", y o bien me decía "Esto no es ná, déjalo pasar" , o bien me mandaba algo coherente que remediara lo que el niño tenía. Bueno pues a mi se me ponía malo o le daba fiebre, no? y como se me había despertado tarde la maternidad..., pues una vez despierta no había quien la parara. Yo era la más de la más, la más madre, la más Lola, la faraona. Salía de la consulta del pediatra, que a lo mejor me había dicho "Déjalo pasar, eso se le quita", y yo muy prudente y muy dignamente pagaba mi consulta y me venía como una centella para la casa a coger cita con la pediatra del seguro (yo era muy lista y quería 2 ó mas opiniones sobre aquello tan importante que acontecía a mi hijo, que no era mas que cualquier insignificancia de las etapas por las que tenía que pasar). Mi marido, "Y yo lo que digo es que si ya lo has llevado a don Antonio, ahora pa qué lo vas a llevar a otro, digo yo, pregunto". Yo, como los viejos, como el pobrecito de mi suegro que en paz descanse, que se encontraba mal, iba al médico, le mandaba tal o cuál pastilla, iba por ella y no leía el prospecto sino lo que costaba, si era barata, eso no lo curaba y no valía ná. "Una vez, me contaba, me mandaron unas pastillas que costaban cinco mil y pico pesetas, ¡aquello si que era bueno!, rápidamente me encontré mejor a la 2ª ó 3ª". Pos yo igual. "Pero, Carlos, ¿cómo pretendes que yo lleve al niño malo al medico, no me mande nada y me quede tan pancha?, pero, ¿qué clase de madre crees que soy?. No puedo pararme ante cualquier contrariedad. tengo, tenemos que llegar hasta el fondo". Claro, mi marido asombrado por los absurdos discursos que le largaba por cualquier estupidez, me dejaba por imposible y me sobrellevaba como podía. Cuando la pediatra del seguro tampoco me convencía, lo llevaba a otro. O sea, que tenía varios diagnósticos con sus respectivos tratamientos y ahora me tocaba llorar porque no sabía por cuál decidirme.
      De película. Carlitos fué creciendo y se hizo un prenda. No paraba quieto un momento, no hacía caso, vivía en su mundo...Ya, en la guardería, comentando un día le dije a las cuidadoras que no recogía que hacía lo que le daba la gana, que no tenía autoridad, que si podían orientarme en algo. Ahora recuerdo, que por entonces yo no era amiga de Reyes, pero un día coincidimos en la puerta de la guardería para recoger a los niños. Cuando nos lo sacaron, estaban llenos de churretes por toda la cara y aquí, mi amiga, ni corta ni perezosa, le recrimina a la "seño" que nos los sacó: "Pero, mira cómo trae la cara de sucia, ¿no tenéis una toallita para limpiarlos o "algo"?". Nada más entró la susodicha para dentro nos cierra la puerta como solían hacer con muy mala cara y me mira y me gesticula "pueblerinamente": "Vamos, qué trabajo les cuesta darle un poquito en la cara, y no lo tenemos que llevar por toda la calle, de esa manera, si es que..." Le faltó decir: "¡Cómo está el servicio!". Por supuesto yo me moría de la vergüenza y pensaba, "Por Dios, qué tiquismiquis, yolo lavo en casa y ya está", porque es que a mi, todo me daba vergüenza, señalarme, hablar...y durante todo el dia estuve con aquello dándole vueltas porque yo no me hubiese atrevido, aunque hubiese sido hasta su deber, entregarnos los niños, al menos, como se los llevábamos. Pues ese fué mi primer contacto con la que hoy, es mi amiga Reyes: "otra tocaovarios". Precisamente estas gratas personas que nos entregaban los niños to churretosos me aconsejaron que lo castigara con lo que más le gustara y le tirara lo que fuera a la basura,(tuvieron que explicarme que yo hiciera como que se lo tiraba, porque yo lo entendí de verdad) y  a ver qué tal. No tuve que esperar mucho para llevar a cabo el plan porque Carlitos era un alma indómita, un indio salvaje atrapado en un fuerte. Así hice, cometido el delito, impuse el castigo. Con lo que mas se entretenía era viendo los libros de los cuentos de Disney, porque aun no leía, pues yo muy resuelta me plantifico en el cuarto, le explico que "por tal o cual circunstancia" le voy a tirar los libros,  me cojo mi bolsa de basura, los voy metiendo ante su atónita mirada, me voy para la cocina con mi bolsa, él que empieza a llamarme desde su habitación..."Ya está. Ha recapacitado. Menos mal. Creía que lo había perdido" Recuerdo que todo era un mundo para mí, que cualquier resultado no esperado me dejaba sin recursos y sin saber cómo actuar y aparte no me íba nada bien con mi hijo, nada había funcionado: horarios, fruta, cereales, verdura, pañales, nada había salido según los cánones, los normales, los de los otros niños, en algo tenía que sentar cátedra: "¡¡Mamá, mamá!!!" Me vuelvo rebosante de júbilo y alegría: "Lo has pensado bien, no?, te vas a portar mejor y a hacerle caso a mami, a qué si? (yo, aun con la bolsa de basura en la mano), "No, no, que se te ha olvidao éste, que yo estaba sentado encima, pa que lo tires tambien"...